p/ Ramón Martínez Esparís, Coruña, 1903.
A MI TIERRA
Muros, perla de los mares,
que, por timbre de tu gloria,
ostentas la vieja historia
de los pueblos seculares;
eres encanto y orgullo
de las costas de Galicia,
que el Atlántico acaricia
con inagotable arrullo.
En tu hospitalario seno
crece la malva y la rosa,
la brillante mariposa
y el verde laurel ameno.
Y en tu orilla dilatada,
en que el mar se precipita,
se esconde la margarita
y la concha nacarada.
No escuchas del bosque umbroso
los ecos arrobadores,
ni oyes de los ruiseñores
el gorjeo melodioso;
Más te dan dulce rumor
que no casa ni desmaya,
los murmullos de la playa;
los cintos del pescador.
Tu encierras todo un tesoro
de belleza y poesía,
viendo bañarse en tu ría
al sol como un nimbo de oro.
Y vives, quizá envidiado,
con tus lagos y tus peñas;
con tus aves ribereñas;
con tu cielo arrebolado.
Con tus naves poderosas,
que el mar recorren ufanas,
y tus noches venecianas
y tus mujeres hermosas.
Patria amada, que aun ayer
fuiste emporio de riqueza,
y alzaste de tu grandeza
los trofeos por doquier;
hoy que gimes bajo el peso
de la existencia sombría
que te da la suerte impía,
de su rigor con exceso,
deja que en el blando son
de mis sencillos cantares,
envíe a tus viejos lares
mi humilde salutación.
A tí vaya, placentera,
como suave y manso trino,
como el céfiro marino
que vaga por tu ribera.
Vaya, amorosa, hacia tí,
ya que á ti guardar te cuadre,
las cenizas de mi madre
y la cuna en que nací.