p/ Manuel M. Caamaño
Relato do comisionado da Cia. Trasatlántica dos feitos transcurridos en Muros despois do naufragio de vapor Larache.
Como xa se puido ler na pasada entrega deste relato no número anterior do TMT, o comisionado da Cia. Trasatlántica desprazouse ata Muros a bordo do vapor “CORUÑA” e inspeccionou os arredores de Ximiela para comprobar que non había xa ningun superviviente, ni cadáver, nin efectos personais aboiados polo mar e dignos de ser recuperados.
Agora relata con florido verbo varios intres da súa visita, e entre eles salientar A Misa de Réquiem oficiada na parroquial de Muros a prol dos mortos e desaparecidos non naufaxio, onde o practico do Larache , que era de Santa Uxía, estivo a punto de ser “linchado” por varios pasaxeiros , pois coidaban que a culpa do naufragio era en gran parte debida a impericia do citado practico. De tal modo que tivo que ser protexido polas forzas do orde público presentes, para que a cousa non fose a mayores.
Pero lede, lede. Que o relato non tes desperdicio!
“…A las ocho de aquella mañana, después de tener el gusto de saludar al Sr, Ayudante-comandante de Marina, y darle las gracias en nombre de nuestra Compañía, por las disposiciones que rápidamente se había dignado tomar el 23, para acudir inmediatamente al lugar de la desgracia ocurrida, me dispuse a asistir a la solemnísima Misa de Réquiem ordenada por el ilustrado y celoso Sr. Cura-Párroco de Muros, en sufragio de las almas de los náufragos no salvados. A dicho conmovedor acto religioso, asistió podo el pueblo en peso, sin distinción de clases, con sus autoridades todas, sin faltar una sola, y todos los individuos de carabineros y otras fuerzas allí residentes, con sus Jefes. Presidió el Sr. Alcalde de la humanitaria villa, quien tenía a su derecha al oficial Sr. Villalobos, lugar que a este compañero cedió, en su concepto de dolorido que era, el Sr, Comandante de Marina. Habiendo, en la tarde del propio día 25, solicitado del Sr. Cura-Párroco me dijera cuanto importaban los gastos que le habían ocasionado por la celebración, con inusitada esplendidez aun en las grandes ciudades, de la mencionada misa, me contestó que sus sentimientos y el comportamiento que el pueblo todo tenia con los náufragos, (como había sucedido ya al perderse el crucero antes citado), le imponían el mas absoluto silencio como respuesta a mi indicación; es inútil decir que, conmovido una vez mas en aquel memorable día de emociones, me apresuré a tratar de demostrar, lo mas expresivamente que me fue posible , el agradecimiento de la Compañía, y el mío propio, por la esplendidez de que dio tan palpable y hermosa muestra el Sr. Párroco de los nobles muradanos.
Antes de entrar en misa, mientras esperábamos el momento oportuno para ello, en los pórticos de la hermosa parroquial de Muros, con el Sr. Villalobos, y el desgraciado práctico Sr. Pérez, el citado Sr. Oficial y el relatante, tuvimos que usar de toda nuestra influencia, y apelar a toda suerte de excitaciones de caridad, para evitar que algunos pasajeros, entre los cuales se distinguían cuatro para Bilbao, pegaran rudamente al citado práctico, a quien decían querer matar, si no se les sacaba a Sr. Pérez de la vista de ellos; vista la insistencia de los aludidos pasajeros, y de alguien mas, en querer causar daño al citado práctico de costa, nos decidimos el Sr. Villalobos, el Sr. Juez de Instrucción D. Eladio Niño Valmaseda y el que suscribe, entre otras personas, a aconsejar, casi diría obligar al repetido práctico, que se encerrase en casa de algún amigo suyo, hasta tanto le fuese dable pasar al otro lado de la ría, poniéndose a salvo, para dirigirse a su casa, sita, según me dijo, en Santa Eugenia de Riveira. Los pasajeros, ( entre los que se distinguían singularmente algunos de los a Bilbao destinados) se desacian en elogios del malogrado D. Juan Bautista Ibargaray Q.E.P.D. y a grito herido hacian indicaciones respecto a cosas que, según expresaban, vieron y oyeron, de las que muy poco caso hube de hacer, tenida en cuenta la carencia de conocimientos tecnicos de los aludidos pasajeros.
Después de salir de la misa de Réquiem, congregué a todos los pasajeros que me fue dable encontrar, que fueron la gran mayoría, para convencer a los que no había visto yo todavía, y para que me ratificasen los otros, su conformidad en el viaje hasta esta en el “CORUÑA”. Dos de los destinados a Bilbao, Sres. Florencio Erguren y Norberto Urquiaga, indicaron que en modo alguno querían ir a Bilbao por mar, auque solo fuera parte del trayecto, y pronto, entre sus protestas y sus consejos a los demás pasajeros, y lo tornadizo de la opinión popular, algo justificada quizá en aquel caso, fue engrosando el numero de pasajeros que decidían ir por tierra, sin aceptar el corto trayecto marítimo que debía efectuar el “CORUÑA”, y por todo lo cual me decidí, de acuerdo con el Sr. Comandante de Marina, a reunirlos en la oficina de este señor disponiéndome a satisfacerles su viaje por tierra, contando su importe según por lo mi conocido, ayudándome, al objeto de conocer los trayectos cercanos a Muros, de los consejos de dicha autoridad, del Sr, Louro y de otras personas.
En la lista que formé de los náufragos salvados, hasta mis noticias en el momento de salir de Muros en el “CORUÑA”, de la que se mandó una copia al Sr. Presidente por el oficial Villalobos, se hace constar la dirección que habían tomado, o donde quedaban, los que no vinieron en dicho barco con nosotros. De tal lista se desprende cuales fueron los que cobraron viaje por tierram y ahora debo hacer constar lo que se les dio a cada uno. A los seis que iban destinados a Bilbao, les di a cada uno Ptas. 75- , a los tres que vinieron para esta, Ptas. 30-, a cada uno, así a dos destinados a Camariñas, menos a Perfecto González Insua (Cuyo nombre no apareció después en la lista de pasajeros que nos mandó Cádiz posteriormente, pero que, tenida cuenta de que era de 94 el total de pasajeros, faltando uno, supusimos seria este) a quien le di Ptas. 35-, por consejo del Sr. Louro, ya que vive en la aldea de Quintanas, de la parroquia de Santa María de Gándara, en el ayuntamiento de Zás, por lo que le era mas costoso el viaje.
En la tarde del día 25, me dediqué, aparte de acompañar al señor Villalobos a distintos sitios en que debía haber el gestiones relacionadas con su cargo y situación, por orden de la Delegación de Cádiz, a hacer algunas visitas indispensables, a autoridades y algunos pocos particulares, habiendo sentido muchísimo no encontrar momento hábil para ir a ofrecerme al Sr. Alcalde de Muros, D. Abelardo Dubert, en la casa Consistorial, cuyo emplazamiento desconocía y desconozco; no encontré en el momento que me quedaba relativamente libre, quien me acompañara a cumplir con ese deber, por ser horas en que estaban cerradas ya las oficinas municipales. Pero lo que mas me ocupó mi escaso tiempo aquella tarde, fue la formación de un detalle de las personas muradanas que alojaron a náufragos. Detalle que iba formando yendo de casa en casa, hasta que, por efecto de reclamarme una mujer que tuvo alojados a tres de Bilbao, la cantidad de treinta reales por la comida de aquel día, de cada uno de ellos, enterose el pueblo de la pretensión, (exagerada en cuanto a importe, pero sin duda justificada de motivo, ya que a los citados pasajeros le había dado ya por la mañana, como queda dicho, quince duros a cada uno) y unánimemente fue en contra de la pobre mujer, llegando a darle algunos fuertes golpes, y diciéndome que desistiese yo de anotar nada mas, y que no tratase de pagar cosa alguna, porque me apedrearían (textual).
Al caer aquella tarde tuvimos noticia de que en la playa de S. Francisco había aparecido el cadáver de D. Antonio Soba Q.E.P.D., esposo de la citada Dª. María Laplacette; Para identificarlo fuimos en un vaporcito pesquero con el Sr. Comandante de Marina, habiendo ido por tierra D. Francisco Soba, primo del muerto. En efecto, era el desgraciado pasajero, a quien no pudimos llevar en la lancha de vapor, por no ser suficientemente grande el botecillo que sirvió para llegar a tierra. Más tarde, por orden de la citada Autoridad, un galeón fue a buscar aquel cuerpo, que quedó depositado en tierra para efectuar su autopsia el día siguiente. Este hallazgo, como es natural, obligó a la familia Soba, a desistir de venir con nosotros en el “CORUÑA”, por lo cual creyendo interpretar fielmente lo que se me tenia encomendado, entregué a D. Francisco Soba, bajo recibo, la cantidad de ciento cincuenta pesetas, para atender a los gastos de viaje por tierra, a esta, de sus dos primas y los suyos propios, sin perjuicio de lo que aquí se les entregue por D. Antonio S. Movellán por otros conceptos, hasta colocarlos en Castro Urdiales…”