Esta tarde, por undécimo año consecutivo, saldrá a la calle, acaso de forma más vistosa que nunca, la Cabalgata de Reyes. La comisión ha querido sumar al programa de este año, un pregón que abra con solemnidad este día grande. Sería para ello precisa la presencia en este escenario de un literato ilustre, grandilocuente, capaz de elaborar y hacer llegar al pueblo entero la más bella de las piezas oratorias. No ocurre así. Los organizadores han querido que la Cabalgata se haga enteramente en Muros y el encargo de hacer el pregón ha recaído en mi modesta persona. No he sabido ni he querido negarme y, aunque consciente de mis limitaciones en este terreno, buena voluntad para cumplir el encargo no me falta.
Y si la misión o el papel del pregonero es alabar, hacer público y notorio un hecho determinado o cantar con entusiasmo las virtudes de un semejante o de un grupo humano concreto, permitidme que, -admirado por este excepcional acontecimiento que dura y perdura contra viento y marea; que cobra más vida cada año y se agiganta con el paso del tiempo- eleve desde aquí mi voz e intente esbozar, sin afán de dar coba, sin personalismos e incluso huyendo del fácil triunfalismo a que los muradanos somos a veces tan propensos, este sencillo primer pregón de la Cabalgata de Reyes que hoy, -como antes decía-, alcanza su undécima edición.
Pero no quisiera dejar para más tarde lo que creo que debo hacer en primer lugar: vaya desde aquí mi reconocimiento personal, el cariñoso homenaje, sin duda compartido por todos vosotros, para aquellos jóvenes –hoy ya hombres- que lograron lo que parecía inalcanzable: organizar en esta pequeña Villa la mejor Cabalgata popular que hay en todo el país. Es, a mi juicio, un homenaje que en justicia se merecen y que creo que nuestro pueblo les debe.
Porque, sin ningún género de dudas, la Cabalgata de Reyes de Muros ha desbordado ya las fronteras de la comarca e incluso e incluso de nuestra Región. Periódicos de ámbito nacional vienen recogiendo en sus páginas reseñas de este acontecimiento muradano, de esta Cabalgata de Reyes a la que dieron vida, allá por los años sesenta, un grupo de muchachos entusiastas deseosos de colmar la ilusión de tantos niños de nuestra noble villa que querían conocer y ver de cerca la barba blanca del amigo Melchor, el rubio pelo del joven Gaspar y el negro y barbado rostro de Baltasar. Con ello pretendían también –y lo consiguieron plenamente- que se conociese una faceta más de nuestro pueblo y que se hablara de él, porque Muros quedaba así incorporado a aquella España desarrollista y televisiva que empezaba a ser atracción de turistas de todos los países.
Pero si la idea inicial, noble y ambiciosa; el sueño de hacer que al menos el 5 de enero de cada año, Muros fuese centro de atracción de Galicia toda, de España entera, corría el riesgo de quedarse sólo en eso: en un sueño. Sin embargo, al igual que Homero, aquellos muradanos creían –y todavía creen—que a veces los sueños también pueden hacerse realidad. Había que arriar la bandera del derrotismo y hacerla trizas; infundir optimismo a los escépticos; acabar con el clásico tópico que retrata la inconstancia de nuestras gentes y gritarles hasta la saciedad que QUERER ES PODER. Afortunadamente la gente de la Villa lo fue entendiendo así y cada vez fueron más las personas dispuestas a colaborar en las actividades que, paralelamente se fueron organizando, tendentes todas ellas a la recaudación de fondos para la Cabalgata de Reyes. El resultado lo tenemos en esta undécima edición; en este día de fiesta que se dedica a los niños. Lo que parecía imposible se ha conseguido. Al fin podemos decir, sin temor a equivocarnos, que directa o indirectamente todo el pueblo se siente hoy partícipe de este acontecimiento; todos somos un poco autores y a la vez beneficiarios de esta bella obra popular.
Y quería llegar aquí, precisamente, porque seriamos muy poco consecuentes si de este hecho concreto que estamos comentando no extrajésemos una enseñanza. No seriamos conscientes de nuestra condición de muradanos si no advirtiésemos la lección que este grupo de activos promotores de la Cabalgata nos han venido dando a lo largo de once años de constante superación y entrega sin desmayo a la complicada labor organizativa de actos y festivales
cada vez más brillantes. Con ilusionado afán de servicio a su pueblo, fueron capaces de abrir camino y aún de alfombrárselo a unos Magos que en nuestra niñez éramos incapaces de imaginarnos. Pero los niños de hoy pueden verlos e incluso acercarse a ellos y hablarles. Y el milagro –que no es tal—se debe a que un buen día alguien dijo que era posible si el pueblo quería; y el pueblo quiso. Y es que la concordia crece lo pequeño, mientras que, por el contrario, la discordia arruina lo más grande.
Pero sería deseable –y he aquí una reflexión que todos debemos hacernos—que este mismo entusiasmo, este mismo interés y espíritu de servicio a la comunidad que este grupo de promotores de la Cabalgata han mostrado de manera constante a lo largo de once años, no muriese. Al contrario, que continuase creciendo día a día y que se extendiese a otras parcelas de la vida de nuestro pueblo. Este hecho, de valor casi exclusivamente sentimental –que sin embargo prestigia y realza la categoría de nuestra Villa—puede ser el ejemplo. Pero, ¡cuántas cosas no menos importantes y tal vez más trascendentes podríamos hacer si permaneciésemos unidos y trabajando en equipo, apretadamente, por este Muros al que decimos querer entrañablemente
Todavía, desgraciadamente, son muchos los que se limitan a contemplar impasibles el paso del tiempo; a ser meros espectadores, cuando no malintencionados críticos, de cualquier tarea o labor que los más arriesgados emprenden. Tal vez, como el espíritu del arpa, esperen la voz que les diga: “levántate y anda”. Ojalá que el sonar de las trompetas y tambores que al impulso de nuestros jóvenes recorrerán esta tarde las calles del pueblo, sean la voz que despierte el “genio”, el sonido armonioso que llame a la concordia y al trabajo colectivo por el engrandecimiento de Muros. Ojalá, –repito—nadie se quede rezagado y entre todos consigamos situar a nuestro pueblo a la altura y en el lugar que por su historia y por su tradición se merece. Unos jóvenes ya nos han enseñado el camino.
Así, si no nosotros, tal vez nuestros hijos puedan también decir un día con orgullo –y permitidme el plagio– : SER DE MUROS ES UNA COSA MUY SERIA ¡.