Aventuras y desventuras de un desertor gallego

p/ Manuel M. Caamaño

Víctor Manuel Formoso Siaba, un veciño de Muros (da Virxe do Camiño) que a finais da década dos anos vinte do pasado século marchou do pobo, como tantos e tantos outros en busca de aventura  con apenas vinte anos. Relata no seu libro Imagen2autobiográfico que escribiu  xa nos derradeiros anos da súa vida  «AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN DESERTOR GALLEGO» os seus recordos da Vila. Conta Víctor como embarcado no Mistral, un bacallaeiro no que se dirixía as afastadas augas de Terranova, como o seu paso por  augas próximas a Fisterra rememoraba os seus anos de nenez e mocidade na Vila, nun «ataque» de morriña que, segundo as súas propias palabras, case o fan tirarse o mar para tratar de gañar a nado as costas de Muros. Mariñeiro, desertor, prisioneiro e náufrago con funerais en vida. Percorreu gran parte de Canadá, Estados Unidos, México, as Bermudas, Terranova, as Magdalenas e outras illas do golfo de San lourenzo. Diplomado en Relacións Publicas foi tamén dono dunha goleta.

Gozade de parte dos recordos de Víctor que transcribo literalmente do seu libro.

«… Y así entre plegarias y angustias aparecimos a la altura del cabo Finisterre.

Cuando me lo comunicaron a duras penas pude salir a cubierta sorteando los bandazos pero sólo vi los destellos del faro a lo lejos. Ya había cambiado el rumbo hacia el sur.. La «morriña», la melancolía y mi imaginación se encargaron de recorrer el itinerario de la costa hasta mi pueblo: Finisterre, Corcubión, Cee, Ézaro, Pindo, Carnota, ¡Playa de San Francisco!, ¡¡MUROS!!… Y veía a mi santa madre con su fiel compañero, el rosario negro de gruesas cuentas enredado en sus largos dedos, rezando por mí (rosario que como relicario conservo aún hoy y hace la misma función) y como se desprendían de sus ojos unas lágrimas transparentes, gruesas como perlas. ¡No pude contener las mías! Y veía, atrás de mis ojos empañados, mi familia toda; recorría de arriba abajo mi casa, el huerto, el pequeño pero hermoso jardín que con tanto esmero cuidara mi pobre padre, a todos mis buenos amigos y amigas, Heriberto, Alfonso, Juanita, Amalia… con quienes había pasado horas felices paseando por el Malecón, calle Ancha, la de Arriba o por los soportales, en días de lluvia. La larguísima casa de la fonda del bueno del tío Jacobo, cuyos días de sana tertulia se hicieron inolvidables. Y volvía rápidamente a mi casa, para contemplar, desde el balcón, la amplia bahía que se iniciaba al pie de mi casa para terminar cerca del Sol. Me la imaginaba otra Concha pero muy distinta. El mar cubría totalmente la playa en su flujo para noImagen1 dejar un triste centímetro de arena al descubierto en el que poder «tostarse» y en su reflujo quedaban kilómetros cuadrados a merced de los «marisqueiros», ansiosos de arrebatarle hasta su exterminio cantidades fabulosas de berberechos, navajas, almejas, mejillones, camarones, sollas y cangrejos.

A la derecha de mi balcón, aparecía como un espigón en el mar, la fábrica de conservas de pescado de Sel que obstaculizaba la visión del puerto de pescadores y, a la izquierda, bordeando la ría, la Virgen del Camino, Portugalete, Serres, «os muiños», Abelleira, Tal y Punta de Esteiro, desde donde se deja ver Muros en un viaje por carretera hacia Noya y parece ser motivo de inspiración de la arrogante y bella Rocío para la letra de la canción «Adiós Muros». Incluso allá al fondo, se divisa también el pintoresco Portosín…

Me estaba dando la impresión de que se proyectaba, únicamente para mi, una maravillosa película que me hacia revivir con todo detalle las romerías de la Magdalena, del Espíritu Santo, de San Juan de Serres, de San Antonio en el convento de Louro, o la de la Virgen del Camino, donde íbamos a cantar las misas de Gloria para, después de una suculenta comida campestre donde no podía faltar la típica empanada ni los ricos roscos y el «riveiriño», bailar incansablemente al son de la gaita o gaiteros las «muiñeiras», las jotas, los pasodobles. Al  oscurecer recorríamos a pie, alegres, contentos, cantando felices, todo un largo camino, en muchos casos de senderos casi intransitables… Y sin pausas, sin «medias partes», verdaderamente embelesado, atento a no perder detalle, continuaba la proyección enseñándome las fiestas patronales de San Pedro, la tan marinera de la Virgen del Carmen, cuya maravillosa imagen llevaban en procesión en una motora profusamente engalanada alrededor de la bahía y a la que seguían todas las embarcaciones de vela o motor. Pero las imágenes mas fieles, mas emotivas, inmensamente emocionantes, edran las de nuestra inigualable Semana Santa. ¡Nuestras procesiones! La del Encuentro en la Plaza, a las seis de la madrugada del Viernes Santo, es sin duda alguna el espectáculo de fervor religioso que mas hondamente he vivido. La Plaza Mayor y todos los balcones que la rodean estaban abarrotados hasta el punto de no coger un alfiler de «pie» de gente de toda condición social no solo del pueblo sino también de todos los adyacentes en un silencio impresionante, atentos al sermón a cargo de alguna relevante figura eclesiástica quien a su vez dirigía los movimientos de los «pasos». Estos iban apareciendo en «escenas» procedentes de las distintas calles y sus portadores, verdaderos expertos, cumplían con precisión ritual y dejaban caer por primera vez, segunda y tercera vez a Jesús Nazareno cargado con la cruz camino del Calvario y ayudado por el horrorizado y buen San Simón Cireneo. Con el característico paso de estas procesiones, donde se logra la impresión de que caminan las imágenes que amorosamente llevan en andas, Jesús se va aproximando al centro de la plaza donde le sale al paso la Verónica: ésta desplegaba un lienzo blanquísimo y limpiaba ardorosamente y femeninamente su ensangrentado y sudoroso rostro que milagrosamente quedaba fotografiado y, en su asombro, lo mostraba al paso, mientras Jesús seguía su pesado y largo camino. Por otra calle salía la imagen de la Virgen Madre, la Dolorosa, y se producía el «Encuentro»,¡el inenarrable encuentro!… El gentío rompía sus silencio y la plaza se convertía en un murmullo de llantos, lágrimas, gemidos y  promesas… en tanto que los pasos emprendían su regreso en procesión multitudinaria hacia el templo parroquial donde, a las tres de la tarde, tenia lugar la ceremonia del «desenclavo»…

Pero ya no pude continuar mi «visión», este maravillosos sueño que tanto contribuyó a hacerme olvidar el mareo, puesto que me sobresaltó el tremendo porrazo de una gigantesca ola que, como surgida en loca huida desde lo más profundo del océano, se vino a estrellar contra la proa del Mistral…»

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Revista Dixital Muradana
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