Lorenzo Ayeste Daguerre. Muros, 21 de sepbre. de 1931.
Muros visto desde el muelle parece una bandada de gaviotas que los floridos brazos del Oroso figuran retenerlas en su seno, temeroso sin duda, de que vuelen al mar. Y hasta las casitas blancas y pintorescas que se dispersan del grupo como mozuelas coquetonas, parece también, que van en busca del dosel de los pinos y se encaraman en la ladera sobre escalones de huertos para mirarse en el mar y contemplar la bahía. Esta bahía que es una joya marina, una fiesta de luz, y una paleta de colores para los ojos de un artista. Muros durante el día vive en el mar. rasgando la tersura del agua con la seda de sus redes de pescar; y la noche la pasa repo-sado y tranquilo, con la calma que da la virtud del trabajo, en el regazo del Oroso amparado por sus brazos de atleta; y descansa tranquilo; sin temores de huelga, sin «juergas» de «cabarés>, sin blasfemias ni prostíbulos.
LAS GAVIOTAS DE MUROS
Muros está poblado de gaviotas. Y las gaviotas de Muros son una nota alegre y bulliciosa, y una pincelada más de color en la babia. Se mecen tranquilamente en el aire quieto y diáfano, embriagándose de sol, y tejiendo virajes y filigranas, para posarse después en el cristal azul de las aguas con blando balanceo.
EL ESTUCHE DE LA BAHIA
Cruz de Pelos, el Oroso, Larayo y Tremuzo, forman el hemiciclo montados principal que retiene sosegada y plácida esta ingente bolsa de agua azul, defendida de casi todos los vientos del cuadrante. Cruz de Pelos es un gigante montañoso, un gran leproso, un enfermo de la piel; lleno de costras rocosas, como un saurio antediluviano que emerge poderoso del mar cuajado de escamas, dibujando con su ceñudo vecino el fornido y elevador Fonte de Bico, la ensoñadora ensenada de la Virgen del Camino, en un manto de esmeralda, y abate su costrosa figura tendiendo humildemente la testa achatada en el Salto, entre cendales de espuma. La hermosa fealdad de Cruz de Pelos contrasta con la belleza de la bahía. Parece que Cruz de Pelos tiene el placer morboso de reflejar su mostruosidad en el espejo azul de la bahía.
Y el Tremuzo con su cumbre de jorobas, crestas, y dentellones, que parece atado de un pasmo prehistórico, y figura representar una fauna geológica horrenda, para declinar después suaves y espaciosas pendientes que trazan los deliciosos parajes de Abelleira y Esteiro, con la pintoresca aldea Tal, de blanco caserío, entre verdores de cultivos y el manto de los pinos, terminando al fin adentrándose en el mar en Cabanas, próximo a la Quiebra, la tortuga flotante en la entrada de la ría de Noya.
Y el Oroso que guarda entre sus brazos floridos la villa de Muros, y San Lois en la otra margen, y el Barbanza con el peso de la Curota y Curotilia sobre el Son frente a la carretera de Rebordiño, un delicioso camino que en retorcimientos de ofidio sobre los cantiles, semeja una balconada en el mar.
Estos y otros macizos montañosos, son los grandes cetáceos que otean el mar, el estuche de la bahía, que la cercan en graciosas y elegantes curvas, y aprisionan sus plácidas aguas azules como a una fiera amaestrada.